La mitología no es leyenda ni religión, es reflejo. Las antiguas culturas celebraban la vida, la conocían, la respetaban y la representaban en sus creencias y ritos.
El autoconocimiento exigía la representación externa de sus intuiciones más vitales. La fuerza que les animaba y veían reflejada en su universo eran sus temas centrales.
Nada que no formara parte de ellos podía ser construido o representado en sus cabezas.
La mitología griega es un encuentro del hombre con sus fuerzas y con sus instintos: caza, guerra, fertilidad, placer, poder, cambio o transformación, transición, etc., eran sus representaciones de dioses con cuerpo humano como dictaban sus intuiciones de que muy lejos o alejadas de ellos no podían estar estas fuerzas, que debían ser representadas fuera de ellos para conocerlas mejor y rellenar la carencia e incertidumbre que sentían.
Respuestas que más tarde quedan sepultadas por el plomo de una visión unicista de las cosas y de la vida, que robó la diversidad del torrente de fuerzas humanas y vitales y las alejó de la tierra y del alcance de la humanidad, arrebatando el mérito y la voluntad, así como el rasgo más íntimo del hombre en la tierra: su relación con su fuerza y su impulso vital; su capacidad para trascender a partir de su sucederse y su ser terrenal.
Sentimos, nos tensamos, respondemos y nos impulsamos, destapar la Caja de Pandora es una aventura vital. La pereza que nos arrastra desde hace dos mil años nos mata lentamente.
Si hay avaricia es necesario conocerla para que no te domine. No es política, no es injusticia, no es favoritismo, no es el hambre en el mundo.
El esfuerzo es un instinto sin consecución, conocer el cuerpo y promoverlo, así como facilitar sus respuestas es salud y es capacidad de elección. No sufras, conócete. No juzgues, interésate. No esperes, muévete.
David González
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